Días antes del referéndum, una señora con una holgada posición económica, le comentaba a mi amiga que qué terrible que su empleada y jardinero de hace quince años creyeran que tenían del derecho de opinar con respecto a una ley, que cómo era eso que la chusma sin educación iba a votar para asuntos tan complejos como la aprobación o no de un tratado.
Por medio de los votos asistidos y públicos. Parientes llevaron a ancianos seniles y personas discapacitadas física y mentalmente que no podían ni decir su nombre, que no podían ni sostener el lapicero, que entraron amarrados a una silla de ruedas para que no se fueran de bruces… El o la pariente “los acompañó” al recinto de votación, votó por ellos y luego volvieron a votar ellos personalmente.
Cuando comenté esto con personas que votaron por el SI, sistemáticamente me dieron la misma respuesta: “Bueno, la verdad es que todo es válido en la política”.
Yo no llevé a mi mamá, que tiene Alzheimer a votar, tanto por respeto a ella, por su dignidad como persona, como por respetoa a mí misma. La verdad es que no somos iguales.
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